Hoy en día encontrarse con un consumidor de música monogenérico no solo es algo raro, sino chocante. No solo los exponentes son influenciados por artistas dispares a su escena y colaboran con estos, también se abren los espacios reservados a un tipo específico de música a personajes ajenos en sonido pero similares en actitud y proyección, la oferta musical es más diversa que nunca.
En los 80, México estaba lejos de esa apertura musical. Los estereotipos y prejuicios castigaban a cualquier género que no fuera el pop cursi y acapulqueño de la época. Imaginar que un señor bigotón de Monterrey pudiera tocar el acordeón junto al mirrey Luis Miguel o al Timbirichi en turno era a lo mucho una broma para un sketch. Más difícil de imaginar eso, era la posibilidad de que un acordeonista que tocaba música para cholos regios fuera reconocido en vida como hito cultural, y que en la muerte fuera llorado por melómanos del pop, la cumbia, el norteño, el rock, el rap, el hip-hop, el ska y el ballenato.

“Rebelde del acordeón”, fue el nombre que se le dió a ese músico de una zona favelera de Monterrey. En el Cerro de la Campana de la Sultana del Norte, unos chicos descubrieron por accidente el sonido que volvió internacional al acordeonista. Grupos de jóvenes de la popular colonia Independencia organizaban fiestas callejeras, donde además reproducir sonidos de su herencia norteña, tenían influencia de la cultura chicana de finales del siglo XX así como de ritmos colombianos como la cumbia y el ballenato. En una de estas fiestas una cinta reproducida por error a menos revoluciones de las necesarias, dio origen a una cumbia más lenta que gusto a los asistentes y se volvió característica de ese tipo de fiestas. Esta música recibió el nombre de “cumbia rebajada” o “cumbia cholombiana”.
Más difícil imaginar, era la posibilidad de que un acordeonista que tocaba música para cholos regios fuera reconocido en vida como hito cultural.
Con un ritmo tan rico en influencias culturales y tan conectado con el pueblo parecería que las posibilidades serían ilimitadas; sin embargo, ese rebelde hacía con su acordeón cosas muy distintas a las de otras leyenda del instrumento quimera como Ramón Ayala, es decir, su ritmo era muy chocante para los estándares de la música regional tradicional. El norteño no lo consagró y la cumbia era muy marginal por ese entonces como para ser apreciada. Por otra parte, el pop y rock, pasaban por buenos momentos pero los acercamientos al folclor y a lo popular estaban aún lejos de suceder.

Control Machete y El Gran Silencio, como principales exponentes de la avanzada musical regia de finales de siglo, capitalizaron al “Cacique de la Campana”. De esta apuesta no solo saldrían los dos himnos más importante del músico regio, sino la punta de lanza algo más nacional y trascendente que la cumbia cholombiana: el sonidero.
“Cumbia Poder” y “Cumbia sobre el río”, estas dos canciones además de mostrar el talento musical del habitante del Cerro de la Campana en otras escenas, llevaron la subcultura de los bailes de cumbia rebajada a otras metrópolis del país; ahí se volvió parte de la identidad de las clases populares de México; luego de la cultura del mexicano regular, presente en bodas, quinceañeras, graduaciones y la juergas de fin de semana entre oficinistas.

Con el gusto por la música del “Rebelde del Acordeón”, (para este entonces ya relacionado con Café Tacvba, Resorte y otros artistas reconocidos a nivel internacional) vino el interés por las cumbias, las caguamas, los grupos que cerraban calles en las colonias populares, las luchas, el pulque y todo ícono tropical que encajara en la diversión de ese carismático señor bigotón.
Actualmente, es normal ver algún grupo norteño o de cumbia colado en los line-ups de festivales de rock y pop, no solo como un gancho para personas de distintos estratos socioeconómicos, sino como posible prospecto a generar un éxito tan grande como el de Los Ángeles Azules, ahora abrazados por las divas del pop en español, orquestas filarmónicas, Coachella, festivales wannabes de Coachella y el país en general. Mi Banda El Mexicano, Los Tucanes de Tijuana y Banda Machos han sido algunos de los beneficiados por este fenómeno. Aunque la tendencia va a la baja y parece que para la próxima década los artistas “eclécticos” vendrán desde el reggaetón y trap (pero solo los que entiendan que la corrección política es moneda de cambio y que a cambio de poner un alto al clasismo, se les pide reducir su misoginia).

Independientemente de la relación que vayan a llevar en los próximos años, el pop, tan mainstream, tan fresa, tan internacional; con el folclor, tan alternativo, tan barrio, tan regional; los acercamientos que han dado paso la situación actual de la música latina, se los deben a Celso Piña, que nunca pidió permiso para tocar su acordeón en donde quisiera y con quien quisiera.